Cerca al año 30, el Salvador se sentó al lado del pozo de Abraham durante una tarde calurosa en Samaria. Inició una conversación con una mujer pecaminosa cuya sed física fue superada en gran manera por su sed espiritual. Escuchó al que pronto conocería como el Cristo y Salvador hablar del deseo del Padre por verdaderos adoradores quienes adorarían en espíritu y en verdad. Entre las muchas metas de Dios para su pueblo, ninguna excede la importancia de la adoración. Somos llamados a trabajar, a velar y a esperar; pero más que todo somos llamados a ser adoradores de Dios. Los capítulos de este libro consideran los principios y el patrón de la escritura para ayudarnos a entender cómo podemos asegurar que Dios no busque nuestra adoración en vano.